La guerra no solo deja muerte y destrucción a su paso, sino que también generan un impacto ambiental que puede perdurar por generaciones. Aunque las imágenes más visibles de la guerra son ciudades destruidas, infraestructuras colapsadas y desplazamientos masivos de personas, las secuelas en la naturaleza y el clima son igualmente devastadoras. Desde la deforestación y la contaminación del agua hasta la emisión masiva de gases de efecto invernadero, los conflictos bélicos alteran los ecosistemas y profundizan las crisis ambientales globales.
En 2023, el mundo alcanzó un récord de 59 conflictos armados activos, dejando no solo víctimas humanas sino también un legado de daño ecológico difícil de revertir. La guerra afecta la biodiversidad, el suministro de agua, el aire y los suelos, y genera una huella de carbono que se extiende incluso después de terminadas las hostilidades. En este análisis, exploramos los efectos ambientales de la guerra en distintos escenarios del mundo y cómo la reconstrucción posterior también supone un alto costo ecológico.
Las fuerzas armadas y la crisis climática
Incluso en tiempos de paz, las fuerzas armadas representan una gran amenaza para el medio ambiente. Su consumo energético es descomunal, con flotas de barcos, tanques, aviones y bases militares que dependen del uso intensivo de combustibles fósiles. Se estima que los ejércitos del mundo son responsables del 5.5% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, una cifra superior a la que generan países enteros como Suecia, Dinamarca o Portugal.
El caso más notable es el de las fuerzas armadas de Estados Unidos, que son la mayor institución consumidora de petróleo del planeta. Su gasto energético supera al de muchas naciones, y su huella de carbono es comparable a la de economías industrializadas. Sin embargo, estos números solo representan una parte del problema. La fabricación de armamento, las cadenas de suministro que mantienen operativas a las tropas y la destrucción de infraestructuras en las zonas de guerra contribuyen aún más a la contaminación ambiental.
Los bombardeos aéreos y el fuego de artillería destruyen bosques y campos, alteran hábitats naturales y fuerzan a millones de personas a desplazarse, ejerciendo mayor presión sobre los recursos naturales. Además, los ataques dirigidos a fábricas, refinerías y plantas industriales liberan enormes cantidades de sustancias tóxicas al aire, suelo y agua.
Ucrania: el ecocidio de la guerra
Uno de los ejemplos más alarmantes del daño ambiental causado por la guerra es el conflicto en Ucrania, donde en solo un año de combates se registró una emisión neta de 120 millones de toneladas de gases de efecto invernadero, una cifra comparable a la producción anual de países como Bélgica.
La guerra en Ucrania ha devastado bosques, campos agrícolas y reservas naturales. Se estima que un tercio de las zonas protegidas del país han sido afectadas por bombardeos, incendios y contaminación química. Además, el ataque a plantas industriales y refinerías ha generado un desastre ecológico de gran magnitud.
Uno de los episodios más graves ocurrió en junio de 2022, cuando el embalse de Kajovka, el más grande del país, fue destruido en un ataque. La ruptura de esta infraestructura provocó el vaciado del 90% de su capacidad, causando inundaciones masivas y dejando sin riego a 600,000 hectáreas de tierras agrícolas. Se teme que esta región vuelva a convertirse en un territorio semidesértico, afectando la producción de alimentos y alterando el ecosistema de la zona.
Otro incidente ambiental grave ocurrió con el bombardeo a la refinería de Kremenchuk, donde se liberaron sustancias contaminantes al aire. La ciudad y sus alrededores fueron afectados por una nube tóxica que, debido a los vientos, se dispersó hacia zonas rurales, impactando cultivos y comunidades. Además, los productos químicos utilizados para extinguir los incendios también contribuyeron a la contaminación del suelo y los cuerpos de agua cercanos.
Gaza: un desastre ambiental sin precedentes
El conflicto en Gaza ha sido descrito por expertos como una de las crisis ambientales más devastadoras en la historia reciente. Según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el impacto ecológico de la invasión israelí ha sido irreversible en muchas áreas, con daños significativos a los ecosistemas y la biodiversidad.
Se estima que la guerra ha generado 39 millones de toneladas de escombros, compuestos por amianto, residuos industriales y sustancias peligrosas que contaminan el suelo, el aire y las fuentes de agua. Además, el colapso de las plantas de tratamiento de aguas residuales ha provocado que toneladas de desechos sean vertidas directamente en las costas del Mediterráneo, afectando tanto la biodiversidad marina como la salud de la población.
Los huertos y olivares de Gaza han sido destruidos, y la deforestación masiva ha acelerado la desertificación. Con los sistemas de energía colapsados, muchas familias desplazadas han recurrido a quemar basura para generar calor, exponiéndose a compuestos tóxicos que pueden causar problemas respiratorios y otras enfermedades.
Las investigaciones también indican que, solo en los dos primeros meses de la guerra, se generaron emisiones de carbono equivalentes a quemar 150,000 toneladas de carbón. Este cálculo incluye las explosiones de municiones y el transporte de equipo militar desde Estados Unidos a Israel.
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El impacto ambiental de la guerra es un problema que rara vez ocupa los titulares, pero que tiene consecuencias a largo plazo para el planeta. A medida que los conflictos continúan y las emisiones de gases de efecto invernadero siguen en aumento, se hace evidente la necesidad de considerar el daño ecológico dentro del derecho internacional humanitario.
Organizaciones ambientales y grupos defensores de los derechos humanos han comenzado a exigir que la destrucción del medio ambiente durante la guerra sea considerada un crimen de guerra. Sin embargo, la reconstrucción de los países devastados por la violencia sigue siendo un reto ambiental en sí mismo, pues la demanda de materiales y el proceso de recuperación generan nuevas emisiones de carbono.
Ante este panorama, es urgente que las naciones trabajen en políticas que mitiguen el impacto ecológico de los conflictos armados y que refuercen los mecanismos de protección ambiental en tiempos de guerra.
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